martes, 8 de julio de 2025

La Odisea de los Giles: catarsis argentina - Por Ana Josefa Silva

El carrusel político-económico que han vivido por décadas nuestros vecinos es tan complejo y singular que ni el más riguroso análisis académico ha logrado descifrarlo del todo. En ese escenario es por lo menos asombroso que en Argentina ni se pierda el sentido del humor ni menos la costumbre basal de vivir la cultura. La Odisea de los Giles, de Sebastián Borensztein, es una película que en sí misma da cuenta de ello.

Basada en la novela “La Noche de la Usina”, del prolífico y excepcional escritor Eduardo Sacheri, autor de “La Pregunta de sus ojos” (que él, como coguionista, y el director Juan José Campanella convertirían en la oscareada El Secreto de sus ojos) reúne a un elenco que hasta Hollywood podría envidiar.

En este Ocean eleven de pueblo rural del Tercer Mundo Ricardo Darín y su hijo “Chino” Darín forman pandilla con Luis Brandoni, Rita Cortese (Relatos salvajes), Daniel Aráoz, Verónica Llinás, Carlos Belloso y Marco Antonio Caponi. A ellos se suma Andrés Parra (Pablo Escobar: el Patrón del Mal).

Fermín Perlassi (R. Darín) es una suerte de héroe en la pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires donde vive con su mujer (su hijo estudia en la capital). Fue un goleador del equipo local y hasta una estatua (ya algo a mal traer) que inmortaliza su hazaña le erigieron en la plaza. Es un hombre sencillo, que vive sobriamente, feliz y en paz su retiro. Pero tiene un sueño: hay por ahí unas instalaciones abandonadas y se le ocurre que entre varios vecinos y amigos podrían sumar el dinero necesario para echar a andar una cooperativa rural.

Hombre honesto y querido, la confianza que Fermín inspira en la comunidad le permite reunir a un grupo de “aportantes" —unos más que otros, según sus posibilidades— como primer paso para concretar el emprendimiento. Con cuentas claras y bien anotadas en papel, ¿qué hay que hacer mientras se da el siguiente paso? Guardar el dinero, obviamente en el banco.

Esta historia transcurre a fines de 2001, en lo que allá se conoció como “el corralito”. De manera que ya sabemos, más o menos, cómo siguen los hechos para estos vecinos.

Para Fermín el asunto resulta doblemente duro y por un tiempo es consumido por la depresión.

Hasta que su hijo (“Chino” Darín), que ante las circunstancias ha regresado al pueblo, y sus amigos de la frustrada cooperativa descubren que un “vivo” del pueblo —bien “dateado”— se ha aprovechado de las circunstancias y de los “giles” (que, sabemos, nunca se enteran de las turbiedades). Y entonces deciden actuar.

La película mezcla humor, drama, suspenso y acción, en un relato que tiene mucho de simbólico, más allá de los hechos concretos. Hay dineros enterrados, corrupción a distintos niveles y frente a ello, ciudadanos que solo quisieran que los dejaran ganarse la vida y el pan sin sobresaltos.

Para efectos de la fábula, todo lo primero se concentra en un sujeto —con la complicidad de otro, claro—, un Goliat al que este grupo de provincianos deciden vencer a punta de astucia y un cuidadoso y elaborado plan.

En Argentina —donde fue un taquillazo— la película tuvo un efecto catártico: es aliviador soñar con que la injusticia y el abuso que padece la gente honrada es atribuible a un sujeto, identificable y factible de ser enfrentado. Porque en la realidad sabemos que la maraña de “vivos” y “giles” es compleja, de antigua data y muy difícil de desenredar.

Ojo con la música: Babasónicos, Cerati, Divididos, Serú Girán.

Entrañable y entretenida.

Ganadora del Goya a Mejor Película Iberoamericana

Argentina/España, 2019
Duración: 1 hora 56 minutos

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