Como introducción, una música especial -variaciones sobre una escala pentatónica elaborada con toques expresionistas- entrega algunas pistas sobre lo que vendrá a continuación. Al volverse más clásica, la armonía acompaña a tres personajes femeninos, una madre con sus dos hijas, en su llegada a un enorme Castillo con el objetivo que Rebekka -Ane Dahl Torp-, ya viuda, se case con otro viudo, Otto -Ralph Carlsson-, dueño del lugar y padre de la hermosa Agnes -Thea Sofie Loch Næss-.
Un incidente en la noche de bodas -no haré spoiler- permite revelar la verdad: el matrimonio, por ambas partes, era solo por dinero. Él pensaba que ella tenía; ella pensaba que él tenía. Ni lo uno ni lo otro. Ambas familias estaban en bancarota. Lo que sucede es tan abrupto que a Rebekka no le queda otra opción que hacerse cargo del lugar junto a sus poco agraciadas hijas Elvira -Lea Myren-, y Alma -Flo Fagerli-, quienes deben convivir a la fuerza con su nueva hermanastra.
La invitación a un baile ofrecido por el Príncipe Julián -Isac Calmroth-, a concretarse en cuatro lunas llenas, da inicio a las acciones. Elvira siempre ha soñado con el príncipe, lee sus escritos y está perdidamente enamorada de él. Pero, ¿Julián se fijará en ella, siendo una joven simpática pero alejada de los cánones de belleza tradicionales? Rebekka, conocedora de las aspiraciones de su hija, decide intervenir, para cambiar la fisonomía de Elvira con rudimentarias operaciones plásticas para corregir su nariz y otros aspectos de su rostro. Además, le entrega un huevo con una larva que, si lo ingiere -asegura-, todo lo que ella coma será devorado en su interior y así no tendrá más problemas de gordura.
Sobre la preparación para el baile transcurre la mayoría de la película y no seguiré adelantando la trama para que no pierdan la novedad del descubrimiento.
Vamos al análisis. La directora noruega Emilie Blichfeldt hace su debut escribiendo y dirigiendo esta historia. Se trata de un inicio promisorio, porque es capaz de guiar un relato con inspiración en el famoso cuento de “La Cenicienta”, aportando una mirada completa y totalmente diferente al clásico que conocemos, pero que, sin embargo, se acerca más al estilo particular de estas historias originalmente no concebidas para niños.
La ambientación y los decorados son estupendos. Nos sumergimos en el lugar, en cada habitación y en cada espacio, con una iluminación que permite observar solo algunos elementos, obligándonos a imaginar el resto. La banda sonora de John Erik Kaada y Vilde Tuv sorprende a cada momento, con una partitura incidental que cambia permanentemente y que, además, mezcla música actual y música electrónica, con algunas piezas clásicas muy bien escogidas. Coloración perfecta para los solos de arpa y un efecto especial con esos “glissandi” de los timbales, que provocan tanta tensión como la presión que se ejerce por momentos sobre sus parches.
Esta cinta transcurre en permanente preparación. Esperamos siempre: media hora, una hora, una hora y media y seguimos esperando. Algo viene, no sabemos qué, pero viene. Sin duda, se trata de mucho más suspenso que terror, aunque las escenas más crudas sean aquellas de las intervenciones plásticas y algunas mutilaciones de gran realismo.
Las actuaciones aportan gran credibilidad a la historia. Cada personaje está muy bien desarrollado, incluso los secundarios, que con muy pocos elementos dan a conocer el vasto interior de cada uno. Se nota la dirección de actores, pues la ubicación de cada uno en su espacio de tiempo permite que nada sature y que tampoco queden cabos sueltos, salvo los que la propia directora quiere destacar y mantener.
Emilie Blichfeldt plantea una feroz denuncia en esta cinta. Es cierto que es un tema que hemos visto otras veces y que tiene que ver con los cánones de belleza, la frustración que provoca en quienes no pueden alcanzarlos y el camino que algunas personas recorren para poder llegar a ellos. En este sentido, las transformaciones que tiene el personaje de Elvira son notables, no solo en el plano físico, sino también en el emocional. Hay muchas escenas en que la actriz Lea Myren está sola en pantalla, sin diálogos, actuando solo con sus gestos y miradas. La forma de transmitir su calvario interior es, por momentos, desgarradora, demuestra excelentes recursos expresivos con el mínimo de recursos a su disposición. Lo mismo sucede con otros personajes, cada uno bien ubicado en su cuadro, creando un círculo virtuoso que se complementa y se potencia durante todo el metraje.
“Den stygge stesøsteren” no es del todo explícita y eso se agradece. Vemos abusos, desamparos, ilusiones y frustraciones que, a pesar de ambientarse en una época pasada, resultan tremendamente actuales y con ello “atemporales”. El grito de la directora es transversal: la destrucción interna que provoca una transformación externa, simplemente no es medible, ni siquiera cuantificable. La vuelta de tuerca al relato tradicional de “La Cenicienta” resulta aún más apropiado, porque invita a reflexionar en profundidad sobre los verdaderos alcances de las apariencias y lo difícil que resulta rescatar lo realmente importante: la intimidad y el interior de las personas.
Casi dos horas más que interesantes: una grata sorpresa. Véanla, no se van a arrepentir.
Ficha técnica
Título original: Den stygge stesøsteren
Año: 2025
Duración: 110 minutos
País: Noruega
Compañías: Coproducción Noruega-Dinamarca-Rumanía-Polonia; MER Film, Lava Films, Motor, Zentropa International Sweden
Género: Terror | Gore. Body Horror. Comedia de terror
Guion: Emilie Blichfeldt
Música: John Erik Kaada, Vilde Tuv
Fotografía: Marcel Zyskind
Reparto: Lea Myren, Thea Sofie Loch Næss, Ane Dahl Torp, Flo Fagerli, Isac Calmroth [sv], Malte Gårdinger
Dirección: Emilie Blichfeldt
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